14 septiembre 2006

De como la edad nos cambia la percepción exterior...


Se puede comprobar, echando la vista atrás en nuestros recuerdos gustativos, que con el tiempo, se produce una especie de evolución en nuestro paladar que nos permite saborear ciertos alimentos o bebidas que antes no eran de nuestro agrado.
No es un hecho extraordinario encontrarnos con casos de conocidos que desde siempre han odiado un sabor, tipo: cocido de garbanzos, lentejas con chorizo, el ajo o la tónica, y por arte de magia, años después, se vuelven acérrimos defensores de esos singulares sabores que antaño repelían.
Yo he experimentado esta evolución, pero en grado moderado porque siempre me ha gustado cualquier sabor, incluso la guindilla, quizá porque tenía este sentido del gusto atrofiado junto con el olfato. El caso es que mi descubrimiento de sabor ha sido el de la cerveza. Mi gusto por la “rubia“ ha evolucionado positivamente y, aunque antes me gustaba, ahora me vuelve loco e incluso, llego a distinguir alguna que otra variedad. El vino ya era mi bebida favorita, así que ahí me quedo lo mismo...

Entre los motivos de esta evolución se me ocurre que debe estar el deterioro de los órganos sensitivos que con la edad pierden facultades y matices, y de esta forma todo nos parece bueno...

También puede ser que con la edad nuestras prioridades se desplazan desde unos órganos a otros y las hormonas bajan un poco el nivel dejando que se perciban otra clase de estímulos sensitivos.

Y por último, mi caso, es que me he vuelto un borracho y no puedo pasar sin mi cervecica fría, acompañada o no, de su correspondiente tapa de pescaillo... O mejor aún de una copa de buen vino, del país o no...

¿Conocéis casos de evolución gustativa?