04 abril 2007

Revelación Divina



He tenido una revelación. Es Semana Santa y en principio es una fecha muy propicia para ello. Lo he visto claramente y no se como no me había venido nunca a la mente hasta estas fechas. La mente posee recovecos sinuosos, enmarañados, en los que guardamos recuerdos tan lejanos en el tiempo que nunca pensamos que podríamos volver a revisar alguna vez. Pero simplemente nos ponemos bocabajo, agitamos y desde esas sinuosidades caen a la superficie imágenes, sonidos, olores, que nos devuelven a la esencia de lo que fuimos algún día.

El caso es que de esa reminiscencia extraigo aquellas tardes de verano, siendo un enano, en las que soltaba la cuchara y me perdía por el campo con los demás, a soñar despierto, imaginando batallas, profesiones, y demás juegos, en los que la naturaleza era la protagonista como escenario y atrezzo de nuestras representaciones. Nos embadurnábamos con su polvo rojo que se nos quedaba pegado en nuestro sudor formando una película oscura que adherida a nuestra piel, que sólo cubríamos con calzón corto, y sumado al color adquirido por los días al sol, nos hacía parecer habitantes más propios del África Subsahariana que del Poniente de Almería. El caso es que a la puesta de sol, cuando tocaba volver al redil, no sin antes escuchar la voz de nuestras progenitoras varias veces llamando a sus vástagos, nos mirábamos por primera vez y nos esperábamos lo peor... Casi sin luz natural, con el sol rendido en la montaña, nuestra madre exclamaba siempre: ¡Pero como os habéis puesto, hechos unos “ceomos”! y a renglón seguido nos enfilaba en el patio y nos enchufaba la manguera a presión para liberarnos de nuestra efímera segunda piel.

Siempre me preguntaba que sería un “ceomo”, imaginando algo desagradable, tremendamente sucio, abominable, pero no era la situación idónea como para preguntar a la superiora en esas condiciones... Mejor no remover.

Y muchos años después, frente al recuerdo del pelotón de lavado lo he comprendido: ¡¡¡ECCE HOMO!!!