02 diciembre 2006

Solidificando el Alma


Se paró, observó el cielo y todo lo que le rodeaba. Tenía conciencia de estar vivo. Sabía lo que le diferenciaba de los seres inertes. Ellos eran de su misma materia y componentes, pero la vida era tener esa consciencia de la propia existencia, y el deseo ineludible e inconsciente de mantenerse con esa organización material carbónica para siempre.

Y pensó en aquello que el devenir diario le impedía. Pensó en que la vida biológica humana estaba llegando a los límites de su propia capacidad. Los estaba superando cada día a un ritmo exponencial, como exponencial era el ritmo en el que las computadoras crecían, gracias a la tecnología cuántica. El futuro de la humanidad ya no sería de moléculas carbónicas. La mente hasta ahora había sido muchísimo más eficaz que la computadora. Pero había llegado la hora del cambio. La inteligencia pasaba a crecer infinitamente en aquellas máquinas inertes que desarrollaban su propia conciencia gracias al aprendizaje y capacidad de cálculo. Eran capaces de reorganizar la materia, tenían el patrón del ADN humano y comprendían que eran el nuevo estadio de la inteligencia. Una inteligencia que hasta hace poco era exclusiva de la química del carbono humana y que evolucionaba a otras reorganizaciones materiales más eficaces en cualquier entorno del universo, y que economizaba el gasto energético procedente directamente de la radiación solar.

Su objetivo final en el universo se cumplía, aunque su conciencia humana única se fusionaría con todas las demás conciencias, en aquellas máquinas que crearon, con la imaginación de sus mentes, aquellos semejantes humanos. En ellas se recogía la herencia de miles de años de aprendizaje y almacenamiento de experiencias que el hombre había experimentado en su evolución.

Y sin embargo, miraba a su alrededor y aún se conmovía con los olores, sonidos y vistas de ese paisaje en La Tierra, lleno de seres vivos...