Las dos carteras
Aquel día de septiembre de 1980 sería inolvidable para Pedrito. Su hermana lo dejó en la puerta de la clase en su primer día de colegio. Tenía una cartera nueva marrón con broche cromado brillante y un aroma peculiar que retornaba a su nariz cuando lo recordaba muchos años después. Todo era emocionante y nuevo, el mundo se ensanchaba mucho más allá de lo conocido: el autobús, las infinitas caras de niños de todas las edades, el colegio, la maestra...
Caminó despacio hasta el final del aula y se sentó junto a un niño de tez muy morena, una enorme cabeza y pelo negro encrespado. No le dijo nada. A su izquierda vio a dos niñas que le sonrieron, y a su derecha un chiquitín rubio que cuando le miraba guiñaba rítmicamente los dos ojos y seguidamente realizaba una mueca rarísima con la boca. Sus ojos eran verdes, enormes y saltones. Le recordaba a las ranas que intentaba cazar con tirachinas en la pequeña balsa de su tío.
A Pedrito le gustaban las carteras, se fijaba en todas y cada una. Y cuando llegó el recreo, lentamente las fue mirando una a una en su recorrido hasta el patio. La mayoría estaban apoyadas en el respaldo de las sillas. Se quedó embobado con una de plástico brillante de color amarillo. Tenía dibujados unos peces de color plata que despedían burbujas de sus bocas. Era la más bonita que había visto nunca. Su dueña llegó en ese momento y la abrió para sacar el bocadillo.
- ¿Cómo te llamas? –le dijo a Pedrito-.
- Pedro, ¿y tú?
- Me llamo Rocío.
- Me gusta mucho tu cartera. –le dijo Pedrito-.
Rocío lo miró atentamente con sus enormes ojos verdes y le sonrió mientras se iba corriendo con su bocadillo en la mano al patio.
Al siguiente día, Pedrito volvió a hablar con Rocío a la hora del recreo y descubrió algo sorprendente cuando la niña cogió su bocadillo: la cartera se había tornado roja brillante, con los mismos peces plateados y las mismas burbujas que la que había visto el día anterior, y el pequeño se fue pensando sobre la suerte que tenía aquella niña que tenía dos carteras preciosas, con distinto color y que podía cambiar a su antojo cada día.
Y después ocurrió lo inexplicable. De pronto se dirigían, caminando hacia él, dos niñas completamente iguales. Dos Rocíos. Las miraba a una y a otra frotándose los ojos para comprobar que era cierto.
- Hola Pedro –le dijo una de ellas-
Pedrito se quedó sin poder articular palabra. Había descubierto que podían existir personas repetidas y que a estas personas se les llamaba gemelas...