25 junio 2007

Noche Mágica



La noche de San Juan ya no es lo que era (mode abuelo cebolleta on) cuando pequeños grupos de amigos, normalmente jóvenes, se íban a la playa a pasar la noche y dormir alrededor de una hoguera contando historias, bebiendo y por supuesto ligando, fin principal de tan depuradora noche. Las hogueras eran tímidas, pequeñas y espaciadas a lo largo de la costa del poniente. Muchas veces, si se tenía suerte, y se elegía un sitio apartado, se podía estar en completa intimidad, oyendo el ronroneo de las olas, y las voces apagadas de los acompañantes alrededor del fuego místico... (mode abuelo cebolleta off).
Y bueno, eso eran tiempos pasados que por caprichos de la mente, siempre recordamos mejores, porque en la actualidad todo es diferente. Darse un paseo a las 12 de la mañana del día 23 de Junio por las playas del Poniente puede ser una actividad interesante, independientemente de los beneficios para la salud.
Comienza una actividad frenética donde los camiones pequeños llegan a los sitios más accesibles cargados de madera, (¡más madera!), principalmente palets, de esos que abundan por aquí, con sus púas, que por ineficacia del fuego que purifica pero no tanto, quedan indemnes a su acción destructora, y ya nos clavaremos en futuros paseos. También comienza una guerra psicológica y táctica de ocupación de espacio que normalmente se materializa en clavar una sombrilla al lado de la madera, dejando de guardia a un representante familiar de la saga, normalmente con gran experiencia, es decir, al abuelo. El vigía normalmente se encargará de guardar no sólo el espacio ocupado y la madera sino que también reserva un radio de metros totalmente arbitrario y que defenderá ante nuevos ocupantes limítrofes indicándoles a partir de dónde pueden situarse.
Y ya por la tarde el grueso del ejército, en bandada a la playa, eso sí, previamente una visita a los supermercados puede servir de entrenamiento en la lucha cuerpo a cuerpo que se vivirá al caer la noche. Toneladas de viandas y bebidas serán despachadas en las tiendas como si de una larga campaña militar de asedio se fuese a librar.
Al atardecer la caravana de asalto a las playas parece una operación salida con vehículos cargados de efectivos y de comida. Y justo en el ocaso, miles de hogueras comienzan a arder, algunas antes, las de los impacientes y hambrientos.
El espacio disputado no es suficiente ante las avalanchas que no paran de llegar y sólo las grandes hogueras, cuando arden, consiguen espaciar a la gente que protesta por tener que desplazarse de su posición, sin más remedio, sino quieren morir abrasados como sus viandas. Y claro, no todas las hogueras arden simultáneamente, así que varias veces habrá que modificar la posición ante los ataques abrasadores por distintos flancos.
A las doce toca baño purificador y despabilador (para los etílicos menos moderados) y suerte tendrán aquellos que consigan llegar al agua. Encontrar hueco supondrá nadar casi hasta Alborán.
Después quedarán los más jóvenes con sus todoterrenos equipados con sonido amplificado, que ya quisieran los Rolling, y música electrónica, que no dejarán escuchar ni las olas y que obligarán a abandonar a aquellos abuelos que conquistaron su trozo de arena tantas horas antes.
Al amanecer, los restos de la batalla son una muestra de lo que allí se ha vivido... desolador.
En fin, ¿y lo que nos divertimos?